Muy señores míos:
Hace ya varios días que fallecí en
aquel hospital tan aburrido entre los bostezos de mi gente y el fastidio del
personal sanitario, porque yo hasta para morir he sido bastante impertinente.
Desde ese triste momento mi familia ha
tenido que soportar la lectura de sus cartas de pésame, todas igualmente
aburridas y engañosas.
En ellas hacen mención a mi “terrible
fallecimiento”. ¿Cómo es posible que consideren que mi muerte ha sido terrible?
Mi esposa respiró aliviada cuando el médico le comunicó que aquel era mi último
aliento. Y mis hijos le preguntaron una y otra vez si mi muerte era real. ¡No
se lo creían! ¡Llevaban demasiado tiempo esperándolo!
Así que cuando ustedes les hablan de “aliviar
su perdida”, ellos piensan en aumentar sus beneficios, algo que, por otra
parte, han aprendido con mi sólido ejemplo. Y si aluden a los “difíciles momentos
que atraviesan”, ellos no pueden evitar imaginar lo fácilmente que van a
trascurrir sus vidas sin soportar mis arrebatos de cólera y mis humillaciones.
Yo nunca he sido “honorable” ni “respetable”
tal como ustedes mencionan en sus cartas. He sido deshonesto, cínico e
interesado. He estafado a todos, pobres y ricos, sin ningún remordimiento. Por
eso ahora mis hijos no logran imaginar qué hacer con tanto dinero.
Dejen ya de una vez de enviar cartas de
condolencia. Nadie me ha querido y yo no he querido a nadie. Y ahora mismo soy
muy feliz en compañía de mi perro Rodolfo al que había perdido hacía dos años.
¡Le añoraba tanto! Mi querido Rodolfo siempre fue el único ser por el que yo
habría dado mi vida.
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