domingo, 26 de mayo de 2013

EN RESPUESTA A MIS CARTAS DE PÉSAME (HOMENAJE A JARDIEL PONCELA)


         Muy señores míos:

           Hace ya varios días que fallecí en aquel hospital tan aburrido entre los bostezos de mi gente y el fastidio del personal sanitario, porque yo hasta para morir he sido bastante impertinente.

         Desde ese triste momento mi familia ha tenido que soportar la lectura de sus cartas de pésame, todas igualmente aburridas y engañosas.

CARTA DE DISCULPA A LADY VENOM

            Estimada amiga Lady Venom: 

         Después de reflexionar detenidamente durante varios días, he decidido que ya es hora de decir la verdad. Créame que lamento profundamente el dolor que le voy a causar, pero no puedo seguir callando por más tiempo. Debo corregir mi pasado para que me deje de perseguir eternamente.

ADIÓS, AURORA

           No sé si te besé, si te abracé o si simplemente te di la mano. ¿O ni eso siquiera? Toda aquella escena aparece oscura como si la viese con unas gafas con las lentes rotas. Mi mente está confusa. No logro recordar cómo fue tu despedida. En mi memoria creo distinguir una nota en la agenda en la que escribo “Cena con Aurora”. La he buscado hoja por hoja pero no la encuentro. También veo mi vestido azul manchado con la salsa que parecía ser de tomate y que goteó de tu cuchara, ¿o fue de la mía? No sé si esa sustancia roja bañaba un pescado, una carne o una pasta pero allí estaba. Sin embargo he mirado todos mis vestidos y no he hallado la mancha.

viernes, 24 de mayo de 2013

MI VECINA DEL PATIO, LA SEÑORITA CARMEN

         
            A mi casa le quedan unos pocos años para ser centenaria. Aunque no es propiamente una corrala, dispone de galerías y de un patio de luces que le hacen parecer la típica corrala de Madrid. Sin embargo, no está situada en ningún barrio castizo. Mi casa queda a mitad de camino de varias zonas: de la “Prospe”, de la “Guinde” pero, sobre todo, del elegante barrio de Salamanca. Yo siempre me he sentido más cerca de la “Guinde” y de sus calles sencillas, estrechas, en forma de laberinto, pero mi vecina, la señorita Carmen, se veía a sí misma como una refinada señora del barrio de Salamanca, aunque viviera en un piso bajo al que se entraba pasando por un patio de corrala, entre la portería y la antigua fontanería.

domingo, 19 de mayo de 2013

HIJA, ESPOSA Y MADRE


            María Eusebia Molina Jiménez nació el 1 de enero de 1900. Por eso ella solía presumir de haber inaugurado un mes, un año y hasta un siglo y, según mi abuelo, la mala suerte de los Molina, a saber, nacer sólo hembras. Porque para mi antepasado, don Eusebio Molina, no había mayor pena para un padre que ver la cuerda de la ropa llenita de bragas. Siete hermanas tuvo mi madre, siete marías y sus correspondientes nombres de compañía: Pilar, Carmen, Isabel, Luisa, Jesús, José y Fernanda. Siete disgustos para su padre y siete ayudantes para su madre.

ASÍ NO


           Colocó los cubiertos siguiendo un estricto protocolo. A la derecha la cuchara, la pala del pescado y el cuchillo de la carne con el filo hacia el plato. A la izquierda, los tenedores y, por supuesto, los cubiertos del postre frente al plato. El pan no fue cortado en trozos y colocados dentro de una cesta como se acostumbra a hacer en las casas vulgares, sino que cada comensal tenía su propio panecillo en un platito a la izquierda, justamente al mismo nivel que los vasos o las copas. Como cualquier buen anfitrión decidió la posición de sus invitados, situando pequeñas tarjetas en las que se indicaban sus nombres, apoyadas en uno de los vasos. Asimismo imprimió un menú para cada uno de los invitados que colocó al lado de la tarjetita. En él no sólo aparecía el nombre de cada plato, sino también una breve descripción del mismo.

LA ÚLTIMA DECISIÓN

      
       Corrió muy despacio las cortinas, haciendo el menor ruido posible. Aunque parecían ser bastante opacas, la tenue luz de la farola en la calle entraba por los pequeños huecos del tejido. Su mirada paciente y minuciosa recorrió el cuerpo de aquella mujer. Todo lo que vio le pareció hermoso, incitante y hasta obsceno. Sintió deseos de desnudarla para contemplar lo que la ropa ocultaba, pero el cansancio y, sobre todo, el desaliento se lo impidieron. Pensó que era mejor taparla con la manta de cuadros verdes y rojos que a ella tanto le gustaba.

CARTA A MI HIJA ADELA

        
           Hoy hace tres meses que me separé definitivamente de tu padre tras haber pasado la mitad de mis años junto a él. Nunca pensé que un final tan sosegado como el nuestro llegara a ser tan desagradable. El abogado antipático mirándome como si yo fuera la responsable de todos los males del mundo, incluidas sus hemorroides, tu hermana Mara con su eterno gesto de fastidio y tus uñas, tan largas, clavándose en mi brazo mientras repetías una y otra vez: “Esto lo vas a superar, mamá”. Cuando salimos a la calle, la vi. “¡Dios mío!”, pensé, “¿Cómo se puede ser tan alta, tan joven y tan guapa?” Y tú me clavaste aún más las uñas, mientras me implorabas “No la mires, mamá”. ¡Ay, mi Adelita! Tengo la extraña sensación de que eres tú la que no puedes superarlo.

VOLANDO EN EL METRO


          Bajó corriendo las escaleras mecánicas sintiendo el temblor de los peldaños. Su hombro izquierdo se inclinaba ligeramente por el peso de un enorme bolso que guardaba apuntes y dos enormes libros, uno para estudiar y, el mejor, para leer. Con la mano derecha sujetaba uno de los bordes de su largo abrigo negro para no pisarlo.