Me acuerdo del amanecer de un caluroso verano y
a mi niña pequeña muy cerquita, tocándome la cara con su manita.
Me acuerdo de las tres hadas madrinas de la
Bella Durmiente, cariñosas, protectoras y gruñonas como tres abuelas. ¡Qué
suerte tener tantas abuelas!
Me acuerdo de la película de los sábados por la
noche que veíamos mi familia y yo, arropados con una manta, ateridos de frío,
en aquella televisión de mi infancia, grande y pesada, con sólo dos canales,
que cuando se estropeaba se arreglaba con un golpe
Me acuerdo del olor y del humo del cigarrillo
que fumaba con mis compañeras antes de entrar en el colegio. Éramos
adolescentes y nos sentíamos capaces de hacer cualquier cosa.
Me acuerdo del espantoso olor a repollo podrido
en el patio el día en que supimos que nuestra vecina había fallecido sola y
triste, negándose hasta el final a compartir algo más que un simple saludo.
Me acuerdo del olor del mar en los largos
veraneos con mis primas, de cómo los esperaba ansiosa y contenta y de cómo
deseaba al final volver a mi casa.
Me acuerdo del sabor de aquel vaso de leche que
yo intentaba tragar a sorbitos y la voz de la señora Josefa diciéndome: “Mi
niña, si no te gusta no la bebas”. Pero
yo no podía decir que no a aquella señora que tanto admiraba.
Me acuerdo del roscón de reyes tomado con mi
familia y mis vecinos, ilusionada por encontrar la sorpresa, después de haber
colocado mi moneda en el centro de la mesa.
Me acuerdo de los pequeños y variados bocados
que me ofrecían mis compañeras durante el recreo del colegio: de bamba de nata,
de croissant tierno, de bocadillo de chorizo, de suizo, de galleta con
chocolate… Yo no llevaba ningún alimento
porque mi madre quería que adelgazara, pero llenaba el estómago hasta empacharme.
Me acuerdo de mi madre corriendo por el pasillo,
con las manos en la cabeza repitiendo una y otra vez “¡Mi nevera, mi nevera!”,
mientras mi padre me vestía a toda prisa para salir de mi casa a punto de
quemarse. ¡Y es que aquella nevera había sido pagada con tantísimo esfuerzo…!
Me acuerdo de las voces y la música alta que se
escuchaban en las galerías y el patio de mi casa, cuando a los vecinos no les
molestaba tanto los ruidos como ahora y las ventanas apenas se cerraban.
Me acuerdo de ese penetrante pitido del
quirófano, de mis latidos incesantes, cada vez más rápidos, en mi garganta y,
sobre todo, los de mi niña en mi vientre, mientras me decían que debía intentar
relajarme.
Me acuerdo de las risas sinceras y espontáneas de
mi amiga Merceditas provocadas por mis despistes y mi timidez.
Me acuerdo del rumor de las olas sentada en
aquella roca de la playa canaria justo el día de regreso y de las calenturas
que me cubrieron los labios a causa de las quemaduras. Y, sobre todo, me
acuerdo de que no me importó.
Me acuerdo de la masa de las rosquillas que mi
madre intentaba separar de los dedos, de la harina volando por la cocina y de
cómo la modelábamos en formas variadas y caprichosas como si se tratase de
arcilla.
Me acuerdo de la piel de melocotón de la carita
de mi niña, caliente y blandita como un bizcochito.
Me acuerdo de cómo me revolvía inquieta en la
cama en las insoportables noches de verano y de las palabras de mi abuela: “No
te muevas y dejarás de tener calor”. Y así sucedía siempre. Ahora siento sofoco
aún cuando me estoy quieta.
Me acuerdo de mis muñecas recortables, planas,
sin relieve, con sus ropas pasadas de moda, a las que dotaba de vida como si
fueran reales.
Me acuerdo de mis pies doloridos pisando
descalzos y en mis manos, mis preciosos zapatos blancos recién estrenados,
caminando detrás de mis padres, intentando que no lo advirtiesen.
Con ganas de saber más de esta historia :)
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